Sobre el asco, lo raro y lo extremista

Qué ingredientes raros usás. Lo importante es comer de todo. El hinojo es asqueroso. Tampoco hay que ser tan extremista. Al final no se puede comer nada. Qué raro lo que comés. Eso me da asco.  Si comés muy sano después cualquier cosa te cae mal. Mi abuela comió de todo y vivió hasta los 90 años. 

Algunas de las frases son literales, otras aproximadas.

Hay algo que subyace, ideas, un enfoque, cierta normalidad, creencias, hábitos. Y más directo, o menos, tres términos cuya recurrencia llamó mi atención: el asco, lo raro y lo extremista.

Me dieron ganas de profundizar con la mirada de otrxs. La mía es demasiado mia, poblada de mis costumbres y maneras. Y me paro, sin quererlo, a la defensiva frente a esos comentarios, explicando, justificando: bla bla, qué embole, que pesada, pienso de mí. 

Por eso, se me ocurrió alejarme un poco, ver qué palabras tienen otrxs. Y le pregunté a Anita, Ignacio y Martín, si les interesaba reflexionar también. Por suerte, dijeron que sí. 

En una serie de tres entregas, vamos a leer sobre el asco, lo extremista y lo raro; para que juntxs o cada unx por su lado, o las dos cosas a la vez, exploremos qué nos pasa con todo esto, más allá de la comida, pero tampoco, e inevitablemente, tanto más allá.

Empezamos por pensar qué es lo raro. 

Esos raros alimentos nuevos

por @martinpennancino

Tengo el desafío de escribir sobre lo raro, tal vez porque siempre amé lo diferente, tal vez porque soy gay, tal vez porque veo en lo raro ese sabor delicioso de lo que nos expande, nos nutre…

Raro es lo que no me atrevo a ver, abrazar, sentir, incorporar… nada es raro ante quien se vuelve flexible. Lo raro no existe, existe la limitación de mis sentidos y emociones a la hora de deslumbrarme con lo que vibra más allá de mi frecuencia.

Raro tiene las mismas letras que Orar, orar es convocar con las palabras lo infinito, lo invisible, lo místico, lo profundo. Es decir, convocar lo raro, eso raro que no entiendo, pero me expande; eso raro que no veo, pero me despierta.

Que lo raro se vuelva oración de vida, en las calles, en los trabajos, en los hogares, en los sueños, en los amores, en las palabras y también en las cocinas, en las ollas y en los platos (platos libres de agrotóxicos, de animales sufrientes, de industrias que es raro que nos cuiden o quieran).

Cuando dejamos que lo raro nos alimente, nuestra mente, nuestro corazón y nuestro cuerpo lo celebra. Sea un pensamiento, sea una idea, sea una forma, sea un sabor, una especia, una nueva receta que antes no podíamos imaginar. Lo raro nos invita a explorar la ruta de lo natural, lo sabroso y orgánico, lo diferente que siente nuestro paladar, lo distinto que reformula nuestro instinto.

Que lo raro sea no ser raro, que lo raro sea no ser libres de ser.

Martin Pennacino . Productor artístico audiovisual . Activista LGBTQ+

Seguimos por el asco.

El asco

por @galactica1980

Asco: 1. Sensación física de desagrado que produce el olor, sabor o visión de algo y que puede llegar a provocar vómito. 2. Sensación de desagrado que produce alguien o algo y que impulsa a rechazarlo.

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En una de sus crónicas escritas para el Journal Do Brasil, Clarice Lispector se refiere a una anécdota que le contó una persona conocida por ella. Esta persona se estaba hospedando en una casa cuando, por la noche, fue a abrir la puerta de la heladera para servirse agua y entonces vio “la cosa”. ¿Cómo era la cosa? Era blanca, muy blanca. Sin cabeza, y jadeaba. Como un pulmón: arriba, abajo, arriba, abajo. La visión de la cosa le produce, a esta persona, aversión, asco. Y sin embargo, no puede dejar de mirarla. Hipnotizada, sugestionada. Al día siguiente, se enterará de que “la cosa” era una tortuga marina que el dueño de casa había cazado. Y le había quitado el caparazón. Y le había cortado la cabeza. Y la había colocado, desnuda, jadeante, en la heladera, para cocinarla y comerla al día siguiente. Lo que causa asco, lo que repele, fascina al mismo tiempo. El asco abisma.

“La cosa”, dice Clarice, es el misterio: lo que tan sólo es. Lo más arcaico e innombrable de la naturaleza: la vida que late en esa cosa blanca, muy blanca, “esa repugnante cosa viva sin nombre”.

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Hay un cuento de Silvina Ocampo en el que una mujer se casa con un hombre por el que siente asco. Antes de contraer matrimonio, Rosalía ya sentía asco; después, aún más. En el retrato de su marido, que cuelga de la cabecera de la cama matrimonial, se puede percibir su barba sedosa y negra, como la de un santo, que le causa admiración, incluso fanatismo. Pero también se pueden advertir sus cejas de demonio y, probablemente, su olor a culebra. Rosalía creyó que no llegaría a soportarlo, mucho menos querer a ese hombre repulsivo. Y sin embargo… “Sobre gustos no hay nada escrito”: había escuchado esa terrible frase en boca de algunas mujeres, y otras tonterías, siempre las mismas. Aunque haga un esfuerzo por enamorarse de él, su aspecto le provoca náuseas. El marido le prodiga cariños, regalos caros y brillantes, mientras ella se empecina en volverlo más simpático, más comestible. Trama planes, artilugios, se esfuerza por contener la patada en el hígado, el vómito. Sólo cuando el marido se vuelve deseable por otras mujeres, cuando Rosalía lo ve abrazado a una chica en la calle, cuando la abandona por las noches, es que se da cuenta de que todo el trabajo que puso en amar a ese hombre desagradable ha sido en vano. Y es ahora cuando más le cuesta dejarlo.

La revelación que tiene Rosalía es que lo que le había repugnado de su marido era, en verdad, lo que más la seducía. Su hombre barbudo, después de todo, no era tan asqueroso, tan malo. 

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«La repugnancia representa un rechazo a la contaminación que producen los objetos que evidencian nuestro propio ser animal y mortal y, por lo tanto, nuestra importancia ante los asuntos clave de la vida”, sostienen los especialistas en psicología experimental. Lo que causa asco nos recuerda que somos animales, que somos mortales, que somos desecho. Reaccionamos a esa angustia a través del asco, la aversión, el rechazo; el deleite en el asco responde a lo que George Bataille define como “la mezcla de horror con fascinación suscitada entre nosotros por la descomposición”. Lo putrefacto resume el mundo del que venimos y al que retornamos, un mundo que nos causa vergüenza y miedo. Clarice Lispector decía saber de este asco, de esta náusea primaria, porque la reconocía en todo el cuerpo, en el alma. Reconocía “la cosa” porque la había cazado, como un gato escarbando en tachos de basura, y se había llevado a la boca “eso”: eso que se resiste a ser dicho, a ser nombrado.

Ana V. Catania

Y cerramos con lo extremista

Lo extremista

por @ignancioporrasok

“Exagerado”, “extremista”, “radical”, “fundamentalista”: No más que falacias ad hominem que buscan desacreditar a personas sin debatir sus argumentos. 

Hablar de alimentación segura, adecuada y soberana pareciera un oximorón desde la perspectiva actual. Lo alimentario está tan atravesado por las prácticas de la mercadotecnia, y ellas a su vez tan atravesadas por un lenguaje técnico que pareciera que solo lo industrial, profesional, mecanizado y/o diseñado puede abordar integralmente este concepto. 

El poder elegir qué comer en los tiempos que corren supone un privilegio, que a la vez se ve teñido por factores ambientales: es más probable que elija aquello que tenga acceso, que haya disponibilidad y que también, posiblemente se me haya presentado en reiteradas oportunidades para, antes que nada, generarme una nueva necesidad (publicidad).

Se nos ofrece una idea de libertad atada a lo alimentario que no es tal. ¿Acaso se puede elegir libremente, sin información?  ¿La publicidad tiene la información que necesitamos? ¿La variedad de productos que vemos en la góndola representa verdaderamente una variedad en alimentos cuando su matriz es la misma: 4 ingredientes refinados y aditivos que suponen variedad de texturas, colores, aromas y sabores añadidos? ¿Se elige libremente cuando lo que contiene a los comestibles de góndola es una unidad de publicidad en sí misma? ¿Somos conscientes de nuestra participación en el estado  y degradación constante de los sistemas alimentarios?

¡Qué exagerado!… ahí arrancó el fundamentalista… 

Todo alimento y diseño comestible lleva implícita una historia: de dónde viene, qué sistemas productivos generan sus ingredientes, los materiales elegidos para su empaque, las prácticas agrícolas empleadas, el agua necesaria para toda su cadena productiva, la publicidad que lo enmarca e impulsa su consumo. Desconocer todo esto, no es casual. Cuanto más desapegados de las consecuencias de eso que decimos elegir, más lo hacemos: disonancia cognitiva.

No somos exagerados, solo queremos elegir libremente qué historia cuenta nuestro plato y aminorar su impacto, porque entendemos que todo plato es político, y que por más que nos hicieron sentir algo insignificante, somos casi 7 mil millones de “insignificantes” diciendo elegir algo a la vez.

Ignacio Porras . Nutricionista

Cierro la serie de reflexiones sobre el asco, lo raro y lo extremista.

Y lo que puedo decir es que todo depende.

Por eso, es necesario cuestionar (se) individual y colectivamente. Con amor. Y con empatía. Y también con coraje. Porque a veces depende, pero a veces no. A veces lo raro, es raro: lo que es desagradable, es desagradable; y lo extremista lo es.